martes, 14 de enero de 2014

Félix Rebolledo: Más allá de la vida, más allá de la muerte


Nunca antes la elegancia del claroscuro graficó tan hondamente la convulsión social previa a una gesta. Inscribir en la madera con gran maestría una parte de nuestra historia fue tarea de un hombre que se fundió con los que se quitan el mendrugo de la boca para dárnoslo diariamente. Retratos y paisajes de Catacaos, Chorrillos, Barranco y Carabayllo fueron recreados por la tinta de este artista de su época. Sus murales aún perviven para ser explorados por la Historia del Arte. Esta es la leyenda de Félix Rebolledo, el grabador peruano más importante del siglo XX.


Los nuevos amautas
En la década del 40, Catacaos, pueblo del algarrobo, el zapote y los finos sombreros de paja, vio nacer a uno de sus mejores hijos: Félix Rebolledo Herrera. Era el 2 de junio de 1944.

Los paisajes norteños quedarían estampados en la memoria del pequeño Félix quien, a su corta edad, fue iniciado por su padre en el pulcro arte de la pintura. Félix Rebolledo Chinga era un artista y carpintero que enseñó a sus doce hijos a delinear la vida con los pinceles de manera sencilla y diáfana tal como enseñan los artesanos cataqueños a sus hijos el fino tejido de un sombrero de toquilla. La huella del padre quedó imperecedera en la obra del artista, tan es así que este le dedicaría una serie de grabados en los que dibujó escenas de su funeral.

La Escuela 27 de Catacaos albergó al niño Félix durante su educación primaria, mientras que la nocturna de la Gran Unidad Escolar San Miguel sería el lugar donde transcurrió su adolescencia. La Escuela Regional de Bellas Artes, a la que asistió de pequeño, llevaba el nombre de otro gran creador piurano: Ignacio Merino. 

Con solo veinte primaveras, viaja a la capital para matricularse en la Escuela Nacional de Bellas Artes, institución que, en ese entonces, estaba dirigida por el pintor Juan Manuel Ugarte Eléspuru. Gracias a este artista, bebería de las fuentes del arte abstracto por un breve periodo, pero su atención habría de centrarse en la xilografía, la técnica de la impresión en planchas de madera, originaria de China y utilizada también por los alemanes de fines de la Edad Media: Wolgemut y Durero, quienes al igual que Rebolledo tuvieron a sus padres como primeros maestros.

La Medalla de Oro y el Premio Nacional le fueron otorgadas al egresar del "Bellas". A pesar de estar viviendo ya tiempo en Lima, siempre regresaba a su tierra a cargar las andas de la procesión en Viernes Santo. Acaso, cual escena costumbrista, se le podía ver saboreando los siete potajes tradicionales que sirven ese día: galletas con queso, frutas, picante de gallina, sopa de res, arroz con menestra y estofado, pavo con pastel, duraznos al jugo, vino y chicha.

En la exposición “Daniel Hernández”, logró el primer premio y en el concurso “Ciudad de Lima”, obtiene el tercer lugar. Todos estos logros fueron refrendados por los críticos de arte de ese tiempo y por el mismo Ugarte Eléspuru.

En este periodo de su vida, junto a los artistas Marcelino Álvarez, Carlos Cruz, Eulogio de Jesús y Fernando Torres, forma el Grupo 67, una caterva de artistas que expone sus obras en las alturas de Cajamarca. Durante ese lapso de tiempo, el gobierno francés le otorgó una beca para estudiar grabado en metal y la mayor parte del año 67 se dedicó a ahorrar dinero porque tenía la firme intención de continuar su formación artística en París.

El barco Verdi lo llevaría hacia Barcelona, desde donde viaja en tren a la Ciudad Luz. Ingresa alatelier de Robert Cami en la École Nationale Supériore des Béaux Arts, lugar de formación de maestros como Degas, Delacroix y Matisse. Allí se dedica a perfeccionar las técnicas de la xilografía.


En París
En mayo del 68 las calles de París vivían una efervescencia política y social dentro de la primera ola de la revolución de una clase social que había asaltado los cielos en muchos países de Europa, y en China, la cultura cambiaba de alma. La mayoría de intelectuales y artistas europeos creaban sus obras al influjo del creciente movimiento obrero y estudiantil.

En esos turbulentos días el arte era asumido como un instrumento de la lucha de clases por diversos artistas. Entonces, su arte da un salto clave: se nutre de un sentimiento profundo por los de abajo y, en ningún momento, se divorcia del perfeccionamiento de una calidad estética original. La afirmación de que “la forma también representa un contenido” se deja traslucir en todas sus creaciones.

En París, hace buenas migas con el pintor cusqueño Alberto Quintanilla y conoce al ingeniero agrónomo Antonio Díaz Martínez, a quien años más tarde lo uniría un infausto final. Regresa al Perú solo por unas semanas y aprovecha para exhibir sus obras en la galería Cultura y Libertad. Vuelve a Europa y recorre países como Inglaterra, Austria, Bélgica, Suiza, Checoslovaquia e Italia.

Retorna al Perú y esta vez para dedicarse a la docencia artística tanto en su alma mater, Bellas Artes, como en distinguidas instituciones educativas. Sus alumnos lo recuerdan como un profesor que les inculcaba ir a las calles a pintar y dibujar la vida de los más humildes y sencillos. Otra parte de su obra la consagra a dibujar paisajes, desnudos y retratos. La madera de diablo fuerte rojo, una madera muy usada por los maestros ebanistas, es el material que empleará con el objetivo de abaratar costos y hacer más accesible sus obras al pueblo al que ya servía con su arte cada vez más comprometido y de un gran acabado.

Nuevamente, vuelve al Viejo Continente: Madrid, París y otras ciudades de Alemania serían los últimos lugares donde el gran artista expondría sus obras a nivel internacional. Regresa a su tierra y el alcalde cataqueño Humberto Requena lo declara Hijo Ilustre.

En 1978  formó el Movimiento de arte realista: El artista y su época, junto a un pintor que merece una crónica aparte, Francisco Izquierdo López. De esa época data la carpeta Los Agachados, una obra en la que podemos percibir el ambiente claroscuro donde la gente más sencilla pasa miles de penurias por sobrevivir. El contraste entre la claridad y la oscuridad no es antojadizo sino que le sirve al creador para expresar lo más íntimo de la vida del hombre del pueblo.

Por un lado, la claridad ilumina la sencillez del que sólo tiene su fuerza de trabajo para subsistir; por otro lado, la oscuridad delinea la angustia del que es devorado por el ogro capitalista y desenmascara el rostro de sus esbirros. Nadie como él para perennizar, en el grabado, la tensión de esas inmensas fuerzas que se debatían en la época anterior a la epopeya de los 80. Claridad y oscuridad. Luz y Tinieblas. Dos tonos que trabajados con maestría nos dejan ver aquel paisaje estremecedor que guarda en su silencio un gran grito de lucha y rebelión.


Hay un grabado que nos recuerda a los Fusilamientos del 3 de mayo, una obra de Goya, otro hombre de su tiempo que prefiguró sutilmente a los seres deformes y decadentes de un espíritu que tramontaba en España: los vicios del Clero y los Borbones. Las actitudes de los personajes del pueblo frente a la muerte en ambas obras son lo que la hacen similares. Rebolledo nos presenta a un hombre que se ve perdido y agacha la cabeza; a otro hombre que mira a los ojos a sus ajusticiadores, frunce el ceño y alza su voz, y a un último hombre que parece dejarse envolver por el silencio y la duda. Goya nos muestra a tres hombres que exudan conmiseración en sus rostros.

Toribia Flores de Cutipa, una mujer que simboliza a las madres coraje de verdad, ha sido registrada por el genio de Rebolledo. Un brazo fuerte, recio con el que combate y protege a sus niños. La voz de esta mujer resquebraja el silencio de las viejas voces.


En otro grabado nos presenta a Los nuevos amautas. Podemos sentir el calor de una choza en la que se reúnen los de abajo para conspirar contra quienes generan las crisis económicas de todos los tiempos. Otro grabado se enfoca en la protesta de familiares de despedidos que llevan una bandera con una frase que remueve conciencias: “Exigimos Amnistía”.

En 1981 integró la Asociación “Trabajo y Cultura”, una organización de artistas e intelectuales de izquierda que trabajó conjuntamente con los obreros. Allí Félix se preocupó mucho por la difusión de obras de una gran composición, utilizando la serigrafía como técnica. En suma, se dedicó a popularizar el arte y elevarlo desde la vida misma de quienes hacen la historia. No en vano, el crítico de arte Gustavo Buntinx ha señalado la influencia del maoísmo en sus obras.

El artista es requerido por sus paisanos para realizar un mural donde pinta la lucha del campesinado y los estudiantes secundarios de Cañete le solicitan otro mural sobre la Historia del Perú. Aún hoy podemos ver esta obra inacabada en Nuevo Imperial.

Ya iban dos años de haberse iniciado la guerra interna en el país y para entonces el artista ya había adherido al combate por un mundo nuevo con los formidables materiales que un humilde maestro del grabado como él podía tener. Prontamente sería acusado del sambenito de “terrorismo” que pende como una espada de Damocles sobre todos los que se atrevieron y se atreven a denunciar las injusticias del sistema. Infamia a la que recurrieron y recurren quienes ya no tienen más solución que dar a los desposeídos de este planeta.

Federico Rey Sánchez fue un discípulo suyo y, junto a Félix, es recluido en el Pabellón Británico de Lurigancho. Ahí ambos, maestro y alumno, consumarían un mural cuyo tema sería la alianza obrero-campesina. El maestro del grabado enseñó su arte a los prisioneros. Muchos de ellos serían ultimados en el genocidio del 4 de octubre de 1985 por exigir que se les reconozca el estatus de prisioneros políticos. Luego de este acontecimiento, “El Profesor” sería trasladado al Pabellón Industrial y finalmente, el 19 de junio de 1986, a una semana de salir en libertad, fue asesinado como parte del genocidio que perpetró el Estado ese año. 

La mayor parte de la información que aquí se registra la podemos encontrar en el libro El arte de la vida en riesgo de las investigadoras Nanda Leonardini y Angélica Brañez. La primera ha reunido la obra de Félix en las carpetas Catacaos (sobre la vida campesina y urbana de su tierra natal), Los Agachados (la lucha del pueblo contra la explotación), Más allá de la vida (los funerales de su padre) y El Proceso (su propia vida). Asimismo estuvo a cargo de la curaduría de sus obras el 2004 en el Colegio Real de San Marcos.

El año 2009 la Municipalidad Distrital de Catacaos organizó un recital en su homenaje. Un año después nuevamente la curadora sanmarquina preparó una presentación de sus grabados, esta vez en el ICPNA de San Miguel. Ese mismo año, la Asociación de Cultura Sicanni, un colectivo de artistas
piuranos, dirigió un recital con participación del poeta Lelis Rebolledo, hermano del artista.

Todos estos hechos muestran, sin lugar a dudas, que su obra se empieza a revalorar luego de que la crítica oficial la ocultara. Pero la obra de Rebolledo, al igual que la de Vallejo en poesía, ha sabido sobreponerse porque además de haber denunciado la situación del que lleva zapato roto bajo la lluvia, tuvo dominio en la composición del claroscuro; porque, aparte de haber seguido el apostolado de Mariátegui: “La técnica nueva debe corresponder a un espíritu nuevo también”, supo ser calificado. Falta aún explorar, por ejemplo, su muralística y sus pinturas. Un trabajo pendiente para las nuevas generaciones.

Un amigo de la infancia


Recientemente, conversamos con alguien que conoció a Félix Rebolledo desde niño, el Dr. Andrés Coello, abogado de la Asociación Americana de Juristas. Nos recibió en su estudio de Miraflores. De las paredes de su estudio penden sendos cuadros con carboncillo hechos por el mismísimo Rebolledo durante los quince días de encierro en las mazmorras de la DIRCOTE, antes de ser llevado al penal de Lurigancho.

Cuando Mario Vargas Llosa gana los Juegos Florales en San Miguel de Piura, con La huida del inca, Félix gana el premio de Pintura y mi hermano gana el de Poesía”, nos dice emocionado el Dr. Coello.

Aunque él no fue abogado directo de Félix, recuerda la vez cuando fue a visitarlo días previos al execrable hecho del 19 de junio: “Una semana antes fui a visitarlo y ahí me encontré con el padre Lanssiers, quien me dijo que debía denunciar la matanza que se venía.

Como corresponde a un hombre de Derecho, Coello elevó la denuncia ante los tribunales, pero el Estado terminó por imponer su política de genocidio.

El objetivo que perseguía el Estado en los campos de concentración de El Frontón y Lurigancho, fue aniquilar la moral de quienes habían decidido levantarse en armas contra lo que consideraban un viejo orden. Sin embargo, dentro de los penales para prisioneros políticos existía, y aún hoy existe, una disciplina única.

Mandaban a sus familiares a comprar. Entre ellos había dietistas. Preparaban dieta con tres soles. Siempre que íbamos a verlos, tenían para invitarte”, así recuerda Coello aquellos días lejanos de 1986.

No cabe duda que el arte de Rebolledo tuvo un contenido definido por sus convicciones ideológicas. “¿Han visto esa pintura en la que Abimael está con un libro y tres montañas?...Ya. Félix me contó que esa pintura era de él (Félix). Me gustaría volver a ver esa pintura porque dicen que allí reprodujo varios rostros de amigos”.

Coello no puede ocultar la tristeza que significó la muerte de tantos jóvenes, entre los que se encontraban artistas tan destacados como Félix Rebolledo o intelectuales descollantes como Antonio Díaz Martínez. “Cuando se produjo el genocidio, lloramos…”, termina de decirnos como rememorando los días que pasó junto a su paisano bajo el diáfano cielo de Piura.