jueves, 18 de diciembre de 2014

Apreciación crítica sobre “La Cautiva”





Este año nos acaba de dejar una gran obra teatral que ha grabado una huella perdurable dentro del teatro nacional contemporáneo y que vale pena analizar, teniendo en cuenta siempre que el objeto artístico (y más aún en el teatro) no está desligado de la responsabilidad social que tienen los artistas frente al público al que se intenta conmover y concientizar. Más aún, no existe arte al margen de la lucha de clases.

En primer lugar, el tema general abordado en La Cautiva no es otro que el de la guerra interna. Sin embargo, esta obra no es una más de las que hoy en día pululan en el ámbito literario del circuito oficial de la ciudad letrada. No es una más de las que atosigan el intelecto con rancios discursos anclados en las posiciones políticas de la CVR, aunque esta haya sido una de las fuentes para la construcción de la obra. Quienes hemos vivido la guerra no necesitamos discursos que en lugar de unir a la nación, la sigan dividiendo. La Cautiva no solo se aleja (sin salirse del todo) del discurso oficial sobre la guerra, sino que supera esta especie de maniqueísmo (buenos y malos) que hunde en el fango de la sinrazón todo intento por “alcanzar la verdad” y una verdadera reconciliación nacional. ¿Alcanzar la verdad? Sí, la verdad de una nación.

Al despuntar el día, en la morgue de un pueblo de los Andes, se hallan tres cadáveres: El de una niña vestida de escolar, el de un guerrillero del Ejército Guerrillero Popular, y el de un soldado del Ejército del Perú. Los dos últimos han muerto en combate. Por falta de espacio, ambos serán ubicados en una misma zanja. Uno abrazado al otro. Desde el inicio, se hacen visibles las dos partes enfrentadas en la guerra. El abrazo de los cadáveres es una ironía que consiste en decirnos que, al menos por un efímero instante, todos somos iguales en la muerte. Repárese en este "por un efímero instante", pues incluso en la "muerte" los muertos pueden seguir combatiendo.

La niña tendida con uniforme es María Josefa Flores Galindo (personaje principal), hija de dos combatientes del EGP. Ella, al igual que sus padres, fue asesinada por los militares y su cuerpo ha sido llevado a la morgue del pueblo, donde será examinada por el auxiliar forense para el registro de rutina. Sin embargo, para ella la muerte no llega. María Josefa será como un alma en pena que  despierta de pronto, dejando absorto a Mario Requena, el auxiliar, originando un quiebre en su lógica. A partir de este momento, y tras una serie de vaivenes, Mario intentará llenar los vacíos dejados por la guerra en el alma de La Cautiva: su quinceañero, el encuentro con su abuela, sus paseos con Esteban, párvulo al que ama con la inocencia de la primavera.

Un tercer momento lo conforma la entrada en escena del capitán, “el uturunku, el gran señor de Nueva Huanta, león con alas de águila”. Viene a ultrajarla, pero Mario hará de todo para aplacar el sufrimiento de esta niña “muerta”. Las diatribas del capitán contra quienes le piden que “resuelva”, es decir, que aplique la línea política genocida del Estado, son verosímiles y hasta conforman un alegato contra quienes quisieron vivir de espaldas a la guerra. La obra no liquida a ninguno de sus personajes, no los reduce a imposturas anodinas como se acostumbra a hacer en cierto sector del cine de los últimos tiempos. Tan real es el alegato del capitán como el discurso que por un breve pero inusitado momento tiene La Cautiva dando vivas al Partido Comunista del Perú y al Presidente Gonzalo. Luego, viene la canción Belachao que fluye de los labios de la doncella, quien termina prorrumpiendo en llanto azorada por un horror que viene de sus fueros más internos. 

El teatro ha desenmascarado lo que el cine ha ensombrecido. Pero sería demasiada soberbia decir que se han caído las insidiosas máscaras que el discurso oficial del Estado trata por todos sus medios de colocar en la conciencia del gran público. No es el objetivo de La Cautiva. Su esfuerzo mayor radica en haberle dado espacio a todos los actores de la guerra. Es una obra que se esmera por presentar las contradicciones internas de una nación en formación en ese entonces. A su vez, la obra consiste en explicarnos en todo momento uno de los lados de la guerra: el horror. Y Jamás lo hace sin pensar en los motivos de quienes participaron en ella. Ahora bien, ¿toda guerra implica horror y nada más que horror? Es solo una de las preguntas a las que nos confronta esta obra. De la respuesta que tengamos a esta pregunta dependerán muchas de las actitudes que seguirán marcando el paso a nuestra nación en el futuro. A partir de esta pregunta, surgirán otras muchas. ¿Fue la guerra interna 1980-1992 un hecho que haya implicado única y exclusivamente horror? 

Dos escenas rematan el cierre de la obra. Los cadáveres del guerrillero y del soldado se levantan para volverse a enfrentar. El primero carga su bandera roja con la hoz y el martillo. El segundo se encabrita y enfrenta a su contendor. Ambos simulan maromas sobre el cuerpo de María Josefa, quien es levantada por Mario en hombros con una música de procesión de fondo. Los muertos regresan a sus zanjas. La escena final termina con un diálogo poético entre María Josefa y Esteban (Mario). Finalmente, emprenden su viaje a Nueva Huanta.

De hecho, existen otros muchos ángulos y aristas que merecen ser analizados: la imperceptible línea que divide la muerte y la vida, la razón y la locura. Temas metafísicos también explorados por Vallejo en Escalas Melografiadas. Estos son solo algunos puntos que queremos comentar por ahora. 

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